Las 24 tesis tomistas

Como expresión de los más importantes principios del sistema filosófico de Santo Tomás, la Iglesia publicó las «XXIV Tesis tomistas». Como ha escrito Canals, «desde hace ya más de ochenta años, las "veinticuatro tesis tomistas" han sido reiteradamente calificadas como doctrinas filosóficas opinables, que no podía nadie exigir que pudiesen imponerse, como principios ciertos, a un asentimiento especulativo obligatorio en la enseñanza filosófica católica. Declaradas por la Congregación de Estudios, en 27 de julio de 1914, en los últimos tiempos de Pío X, como "principios y enunciados mayores del Doctor Angélico"; una nueva respuesta de la Congregación (...) ya en tiempo de Benedicto XV, en 7 de marzo de 1916, reafirmaba que contenían doctrina auténtica de Santo Tomás y que tenían que ser propuestas como "seguras normas directivas"» (Canals, 1996, 33).
La Sagrada Congregación de Estudios, el 27 de julio de 1914, promulgó las XXIV Tesis tomistas. El texto comienza con las siguientes palabras: «Sagrada Congregación de Estudios. Decreto. Después de que Nuestro Santísimo Señor, el Papa Pío X, prescribió en el Motu Proprio Doctoris Angelici, del día 29 de junio de 1914, que se sigan los principios y las tesis más importantes de Tomás de Aquino en todas las enseñanzas de la filosofía, muchos profesores de diferentes Institutos propusieron a esta Sagrada Congregación de Estudios algunas tesis, para que fueran examinadas, ya que ellos las consideraban y las enseñaban como las principales del Santo Maestro, sobre todo en materia de metafísica. Esta Congregación, después de consultarlo al Santo Padre, y por mandato del mismo, responde que estas tesis contienen los principios y proposiciones mayores (principia et pronunciata maiora) del Santo Doctor».
Siguen las siguientes tesis, con la firma del cardenal Lorenzelli, Prefecto de la Sagrada Congregación de Estudios:
«1. La potencia y el acto dividen el ente, de tal manera que todo cuanto es, o bien es acto puro, o bien es potencia y acto, que necesariamente se unen como principios primeros e intrinsecos.
2. El acto, por lo mismo que es perfección, no está limitado sino por la potencia, que es una capacidad de perfección. Por consiguiente, en el orden en que el acto es puro, no puede ser sino ilimitado y único, pero, en el orden en que es finito y múltiple, entra en verdadera composición con la potencia.
3. Por lo tanto, en la razón absoluta del mismo ser, sólo subsiste Dios, uno y simplicímo; en todo los demás, que participan del ser, tienen una naturaleza por la que se limita el ser, y están constituidos por esencia y ser como de principios realmente distintos.
4. El ente, que se denomina por el ser, no se dice de manera unívoca de Dios y de la criatura, ni tampoco puramente de manera equívoca, sino de manera análoga, ya de atribución ya de proporcionalidad.
5. Hay, además, en toda criatura, composición real de un sujeto subsistente con otras formas secundariamente añadidas, o accidentes; por otra parte, esta composición no podría entenderse si el ser no fuera recibido en una esencia realmente distinta de él mismo.
6. Además de los accidentes absolutos se da un accidente relativo, o hacia algo. Porque si bien ese hacia algo no significa según su propia razón algo inherente a otro, tiene, sin embargo, con frecuencia, una causa o fundamento en las cosas mismas, y, por lo tanto, una entidad real distinta del sujeto.
7. La criatura espiritual es totalmente simple en su esencia. Pero queda en ella una doble composición: la de la esencia con el ser y la de la substancia con los accidentes.
8. Por otra parte, la criatura corporal está compuesta de potencia y acto en cuanto a su misma esencia; esta potencia y este acto de orden esencial reciben los nombres de materia y forma.
9. Ninguna de esas dos partes tiene el ser por sí, ni se produce ni se corrompe por sí; ni se pone en un predicamento por sí, a no ser por reducción como principio substancial.
10. Aunque la extensión en partes integrales es una consecuencia de la naturaleza corpórea, no es lo mismo, sin embargo, en un cuerpo, ser substancia que ser cantidad. La substancia en cuanto tal, es indivisible, no a la manera del punto, sino de los seres extraños al orden de la dimensión; la cantidad, origen de la extensión en la substancia, se distingue realmente de ésta y es verdaderamente accidente.
11. La materia signada por la cantidad es el principio de la individuación, o sea de la distinción numérica, que no puede ser en los espíritus puros, entre un individuo y otro dentro de la misma especie.
12. Por efecto de la misma cantidad, el cuerpo se circunscribe a un lugar, y sea la que sea la potencia puede hacerlo de este modo en un sólo lugar.
13. Los cuerpos se dividen en dos maneras: la de los vivientes y la de los privados de vida. En los vivientes, para que haya en el mismo sujeto una parte moviente y otra movida por sí, la forma substancial, llamada alma, requiere una cierta disposición orgánica, o sea partes heterogéneas.
14. Las almas de orden vegetativo y sensitivo no subsisten de ningún modo, ni son producidas para sí, sino meramente como principio por el cual vive el viviente, y puesto que dependen totalmente de la materia, corrompido el compuesto, por ello se corrumpen accidentalmente.
15. Por el contrario, el alma humana subsiste por sí misma; y cuando puede ser infundida en el sujeto suficientemente dispuesto, es creada por Dios, y por su naturaleza es incorruptible e inmortal.
16. La misma alma racional se une de tal modo al cuerpo, que es su única forma substancial, y por ella el hombre es hombre y animal y viviente y cuerpo y substancia y ente. Por consiguiente, el alma le da al hombre todos los grados esenciales de perfección y, además, comunica al cuerpo el mismo acto de ser con que ella es.
17. Dos órdenes de facultades, orgánicas e inorgánicas, emanan del alma humana, por natural resultancia; el sujeto de las primeras, a las que pertenece el sentido, es el compuesto, y el de las segundas, es alma sola. Es, por tanto, el entendimiento una facultad intrínsecamente independiente del órgano.
18. La intelectualidad sigue necesariamente a la inmaterialidad, y esto de tal manera que según los grados de alejamiento de la materia, son los grados de intelectualidad. El objeto adecuado de la intelección es el mismo ente en común; pero el objeto propio del entendimiento humano en el estado actual de unión, se mantiene a las esencias abstraídas de las condiciones de la materia.
19. Recibimos pues el conocimiento por las cosas sensibles. Más como lo sensible no es inteligible en acto, además del entendimiento formalmente inteligente, hay que admitir también en el alma una virtud activa, que abstraiga las especies inteligibles de las imágenes.
20. Por medio de estas especies inteligibles conocemos directamente los universales; con los sentidos alcanzamos los singulares, y también con el entendimiento, aunque por conversión a la imágen; y, por medio de la analogía ascendemos al conocimiento de lo espiritual.
21. La voluntad sigue al entendimiento, no le precede, y apetece necesariamente aquello que se le presenta como un bien que sacia por completo al apetito; pero elige libremente aquellos otros bienes cuya apetencia le es propuesta por un juicio variable. Por tanto, la elección sigue al último juicio práctico, pero la voluntad produce el que sea o no él último.
22. Conocemos la existencia de Dios, no por intuición inmediata ni por demostración a priori, sino a posteriori, es decir, por las criaturas, argumentando de los efectos a la causa, es decir: desde las cosas que se mueven, sin tener en sí mismas un principio de movimiento, hasta llegar a un primer motor inmóvil; desde el proceso de las cosas de este mundo y de las causas subordinadas entre sí, hasta la causa primera incausada; de las cosas corruptibles, que igualmente están hacia al ser y al no ser, hasta el ser absoluto y necesario; de los que, según las perfecciones disminuidas de ser, vivir y entender, más o menos son, viven y entienden, hasta lo que es máximamente inteligente, máximamente viviente y máximamente ente; y, finalmente, desde el orden universal a la inteligencia, que todo lo ordena, lo dirige y dispone al fin.
23. La esencia divina, por identificarse con el ejercicio de la actualidad del mismo Ser, o por lo mismo que es el mismo Ser subsistente, se nos propone bien como así constituida de su razón metafísica, y por lo mismo nos presenta la razón de perfección infinita e ilimitada.
24. Así pues, por la misma pureza de su ser se distingue Dios de todas las cosas finitas. De donde se infiere, en primer lugar, que el mundo sólo pudo proceder de Dios por creación; además, que ni milagrosamente es comunicado a ninguna naturaleza finita el poder de crear, que alcanza principal y esencialmente al ente ente en cuanto ente; y, por último, ningún agente creado puede influir en el ser de cualquier efecto, si no recibe previamente la moción de la Causa primera» (AAS 6, 1914, 383-386).

Tomado del libro: Id a Tomás de Edualdo Forment

¿Qué es la filosofía?

Capítulo 1 del libro: Filosofía para filósofos de Gabriel Zanotti

Son innumerables los intentos de contestación a esta pregunta, escritos en todo tipo de introducciones y libros de historia de la filosofía.
Ahora bien, a pesar de esos intentos, la filosofía sigue estando alejada de nuestras vidas.
Y, en cierto sentido, no es raro que sea así.
Porque la filosofía ha sido considerada, en nuestra tradición occidental, una “ciencia”. Dejemos por un momento la pregunta sobre la ciencia. Simplemente recordemos que Kant distinguió, con toda claridad, la filosofía como algo que tiene que ver con la vida, de la filosofía como actividad académica. Allí la filosofía tiene una serie de temas, de terminologías, de cuestiones difíciles, de autores, de bibliografías, de problemas específicos. Y cualquiera que no se dedique a la filosofía como actividad académica tiene todo el derecho a preguntarse: “¿y qué tiene que ver todo eso con MI vida?”. Y yo, filósofo, le voy a decir, tal vez para su asombro: muy poco.
Los filósofos, sin embargo, nos damos mucha importancia, lo cual ha contribuido a alejarnos de la vida de los demás. Cual semi-sacerdotes de una especie de religión racional y secularizada, nos consideramos casi por encima del mundo. Damos solemnes clases de cosas dificilísimas, leemos y estudiamos ininteligibles libros más indescifrables que los más intrincados jeroglíficos mayas o egipcios. Los que no son “profesores de filosofía”, nos conceden, también, casi la misma importancia. Ahí viene un “filósofo”. Ah..... Y todo se detiene en un áurea de solemne respeto frente a ese individuo que parece dominar los secretos de la existencia que fueron vedados al resto de los pobres mortales, esa pobre gente que sencillamente vive: que se dedica a los negocios, a la política, que cuida su familia y sus propiedades. Esas cosas “no filosóficas....”.
Mi intento en esta primera clase es presentarles una visión donde la vida y la filosofía están esencialmente unidas. Que los filósofos que creen estar fuera de la vida son ellos la “pobre gente” y que la gente que vive (vamos a ver después por qué lo subrayé) son los filósofos. Corriendo el riesgo de que se me considere egocéntrico, y corriendo el terrible riesgo de que se piense que lo que sigue es un “ejemplo a seguir” (veremos después que NO), voy a hablarles de mi vida.
Tenía unos 12 años cuando una vez, esperando un ómnibus que me llevaba a mi clase de inglés, me hice une peculiar pregunta. En realidad, se podría decir que era la primera vez que me preguntaba algo.
Me vi a mí mismo desde arriba, espacialmente hablando. Me pregunté cómo se vería desde “un avión” el lugar donde yo estaba parado. Luego me pregunté cómo se vería el avión desde un lugar más alto. Recordando la astronomía que me gustaba por el tema de los viajes espaciales (unos 3 años antes había sido el primer descenso en la Luna) me ví a mí mismo desde el espacio, como habitante de un pequeño planeta. Sin tener conciencia de ello, comencé a contemplarme desde un paradigma newtoniano. El planeta era parte de un sistema solar; éste, de una galaxia, y ésta, parte de un espacio infinito...... Por ende, ¿en qué lugar estaba yo? ¿Dónde estaba? Me ví repentinamente abrumado por una inmensidad ante la cual uno casi desaparecía. La pregunta pasó de ser física a metafísica: ¿qué hacía yo, esperando un medio de transporte, en medio del espacio infinito? ¿Por qué estaba allí? Por Fe, me dije entonces algo que sigo creyendo: ¡porque Dios lo había decidido! Pero, claro, podría haber decidido otra cosa. Me ví parte de un espacio infinito y a su vez parte de un designio infinito. Y me seguí sintiendo muy pequeño frente a eso.
El “ataque” de filosofía pareció haber cedido en su intensidad y, un año después, estaba preocupado por otros problemas. Uno, qué hacer frente a un sistema secundario autoritario, habiendo ya sobrevivido a una primaria especialista en matar las pocas neuronas que tenemos en funcionamiento. Otro tema que me preocupaba, y me sigue preocupando, era el de la pobreza. En la Argentina del 73, igual que en la de ahora, no era nada difícil ver directamente focos de pobreza. Le pregunté a mi padre cómo se podría solucionar eso. Nada más ni nada menos.
Mi padre, un liberal ortegiano, jamás había hablado de política conmigo sencillamente porque no quería molestarme. Se asombró ante la pregunta y me comenzó a explicar sencillamente la diferencia entre nuestras naciones y los Estados Unidos. El tema me pareció impactante.
Seguí preguntando sobre economía y mi padre juzgó que era tiempo que me derivara a un amigo suyo, Enrique Loncán. Mi padre ignoraba que su amigo había estudiado con Ludwig von Mises –el brillante economista austriaco- en 1964.
Comencé entonces a leer todo lo básico e introductorio para la escuela austríaca de economía. En la Argentina de entonces, igual que la de ahora, todo era, por otra parte, una terrible corroboración de todo lo que leía. Se cumplían todas y cada una de las consecuencias que los austríacos establecían para todas y cada una de las medidas estatistas.
Aparte de este encuentro de lo teorético con “la práctica”, comenzó a sucederme algo curioso. Mis amigos y conocidos que veían que me gustaba la economía me hablaban de cifras, de estadísticas, de lo que sucedía en tal país o en otro. Yo les decía que nada de eso me interesaba, sino lo que “siempre” sucede. Y les hablaba entonces de lo escribían Rothbard, Benegas Lynch, Hazlitt, Curtiss, etc. Y que un señor que se llamaba Mises decía que la economía está en la acción humana. Y todos me preguntaban qué tenía que ver todo eso con la economía.
A los 16 años tuve filosofía, como materia, en la escuela. Dios, que para entonces era a quien rezaba, pasó a tener otra forma de meditación. ¿Se puede demostrar que Dios existe? Leí un libro que decía que un teólogo había logrado demostrar que Dios existe. Que todo lo que se mueve se mueve por otro y que por ende existe Dios. El tema no me dejaba dormir. Mi hermano Pablo estaba entonces en 1er año de la universidad y había recibido en casa la visita de una compañera de estudios. Y, aunque no lo puedan creer, fui a donde estaban y les pregunté: ¿me podrían explicar qué es lo contingente?
Pero Mises decía que Dios no se puede demostrar. Y que eso salía de la praxeología, y que la praxeología era necesaria para la economía. Si Mises tenía razón, y si yo quería ser coherente, yo tenía que optar entre ir a Misa o estudiar economía.
Para Mises el intervencionismo estaba mal. Pero, ¿había algún modo de saber qué era bueno o malo, “objetivamente”? Mises lo relacionaba con la cooperación social. El señor del motor inmóvil, y que todo lo que se mueve se mueve por otro, con Dios. ¿Quién tenía razón?
Estos temas no eran ajenos a mi vida. Había descubierto dos cosas. Una, que toda la economía que yo había estado estudiando era una economía filosóficamente encarada. Que lo que a mí me fascinaba (como a Mises) eran las cuestiones universales y sus causas últimas. Otra cosa, que si yo quería tener mis propias decisiones y pensamientos, mi propia vida, en suma, tenía que solucionar el tema de Dios o no, el problema del origen último de la existencia humana. Tardé en descubrir que esos temas ocuparían todos los días de mi existencia. Que no eran una pregunta cuya solución se estudiaba en un libro y se pasaba a otro tema.
Así, a los 19 años, decidí estudiar la carrera de filosofía.
Pero no había relación. Yo podría haber estudiado otra cosa. De hecho, a los 18 años había intentado comenzar a estudiar medicina.
De lo que yo había tomado conciencia es que yo tenía dos opciones: vivir o ser vivido .
“Ser vivido” es dejarse llevar por una infinita corriente de circunstancias fuera de nuestro control. Es no preguntarnos nunca quiénes somos ni por qué hacemos lo que hacemos. Porque todos nos hemos hecho las mismas preguntas: Dios, el bien, el mal, qué somos en medio de todo. Yo sencillamente les conté cómo me las hice yo, en medio, además, de una literatura que para casi todos ustedes se ha convertido en una profesión. Yo hice de una profesión estudiar y enseñar a los filósofos, como un modo específico de filosofar, pero no el único ni el mejor. Porque toda persona que se toma en serio esas preguntas (sea cual fuere la respuesta que les de) es filósofa. Esto es: vive. De lo contrario, “es vivido”. Se deja llevar por la rapidez de una existencia por la cual nunca se preguntó. Hace esto o lo otro, toma tal o cual decisión, pero no sabe por qué. Mejor dicho: no se ha preguntado, con honestidad, por qué. A esa existencia, a esa existencia sin preguntas, le falta peso y madurez .
Ser filósofo es tomarse en serio nuestra propia humanidad. Ser filósofos es ser humanos con seriedad (lo cual no excluye el buen humor!!). Es tomarse en serio lo más radical de nosotros mismos: tener conciencia de nuestra existencia y la radical capacidad para preguntarse por ella. Algunos hacemos de ello, además, una actividad académica, esto es, estudiar y enseñar los libros que al respecto se han escrito. Y escribir los propios. Pero ello es sólo un medio para lo primero: tomarse la vida en serio. Si se convierte en un fín en sí mismo, ya para mera diversión, o para vanidad (esto es lo peor), pierde todo su sentido y se transforma en lo que habitualmente es: un castillo de naipes de fórmulas pomposas y aburridas , propias de personas que se han envanecido en sus tecnicismos y se han olvidado de sí mismos y de su prójimo.

Principales encíclicas sociales (resumen)

en breve completaré con otros resúmenes

Rerum Novarum

La Encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII, se toma como punto de partida de la Doctrina Social de la Iglesia. León XIII se enfrentó con le gran problema de que una nueva Europa había crecido al margen de la Iglesia, la Europa urbano-industrial. Los principios que inspiraban la organización social de esta nueva Europa, si bien no renegaban totalmente de la cultura cristiana, se desviaban de muchos valores fundamentales. Al culminar el siglo. Los problemas sociales comenzaron a acuciar al hombre europeo. La explotación de los trabajadores, propia del sistema capitalista de entonces y la ideologización de los trabajadores por el socialismo, hacían que la situación de los obreros fuera el centro de preocupación social.
León XIII sintió que debía dar su palabra en momento en que la revolución industrial llegaba a casi todos los países europeos con condiciones de trabajo inhumanas. El 15 de mayo de 1891 publica esta encíclica cuyos puntos fundamentales pueden sintetizarse en:
- Alienta a los movimientos reivindicadotes de los trabajadores en su búsqueda de la justicia.
- Critica las falsas soluciones del liberalismo y del socialismo y señala como problema fundamental de la organización social la separación de la economía y la moral.
- Recuerda a los gobiernos que deben aliviar la situación de los proletarios.
- Pide a lo católicos comprometerse en la lucha contra la injusticia y contra las doctrinas que promueven el odio de clases.
- Sostiene el principio moral que dice que la economía debe estar al servicio del hombre.

Quadragesimo Anno

Es la principal encíclica social de Pío XI y fue promulgada en el 40º aniversario de la “rerum novarum”. La depresión económica de EEUU a fines de 1929 que afectó al mundo entero, la extensión del estado totalitario en Europa y el éxito del comunismo hacen necesarias algunas precisiones y adiciones a la doctrina de León XIII.
Los puntos fundamentales son:
- La primera institución que hay que reformar es el estado, para que de lugar a todas las asociaciones intermedias.
- La inspiración de las asociaciones profesionales debe ser la filosofía cristiana y no el totalitarismo.
- Rechaza la lucha de clases.
- Enfatiza que el principio rector de la economía es la justicia social, cuya alma debe ser la caridad.
- No habrá restauración social sin renovación moral.




Mater et Magistra

Promulgado en 1961, este documento de lenguaje sencillo alcanzó una difusión y un eco universal inusual en las encíclicas papales. Juan XXIII se propone que sus palabras sean entendidas por todos, y con tono conciliador manifiesta una gran apertura al mundo.
“Mater et Magistra” trata extensamente la razón de ser de la Doctrina Social de la Iglesia, que surge de la misión dada por Cristo, de velar con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos. Exhorta a que sea una disciplina obligatoria en los seminarios, en los colegios católicos y en la catequesis parroquial.
“La economía debe estar al servicio del hombre” dice Juán XXIII, y habla de un precepto gravísimo de la justicia social: “el desarrollo económico y el progreso social deben ir juntos y acomodarse mutuamente, de forma que todas las categorías sociales tengan participación adecuada en el aumento de la riqueza de la nación.”

Pacem in Terris

Es la última encíclica de las ocho publicadas por Juan XXIII, se dio a conocer en abril de 1963, dos meses antes de su muerte. En ella el Papa vuelca toda su preocupación por la paz amenazada por la llamada “crisis de cuba” que en 1962 casi lleva a la guerra entre la Unión Soviética de Kruschev y los Estados Unidos de Kennedy.
Es la primera encíclica dedicada exclusivamente a la paz. Es un verdadero tratado de política, el más sistemático y completo de la Doctrina Social de la Iglesia. No está dirigida sólo a los católicos sino también “a todos los hombre de buena voluntad.” Su estilo es simple y positivo, accesible a todos. Hace un listado de los derechos humanos y actualiza la visión eclesial en tres grandes temas: la promoción económica y social de las clases populares, el ingreso de la mujer en la vida pública y el despertar de los pueblos a la emancipación.

Gaudium et Spes

Dada a conocer en 1965, el contenido de esta constitución puede dividirse en tres partes: un estudio preliminar de carácter sociológico, un tratado de antropología cristiana y una serie de desarrollos de filosofía social cristiana.
Dedica un capítulo a la cultura, presentándola como meta necesaria para la evangelización de los pueblos, contiene aportes sobre la vida económico-social, política nacional e internacional fundamentados en una fuerte defensa de la paz. Llama a preparar una época en la que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra.

Mito del carro alado

"Sobre su inmortalidad, pues, basta con lo dicho. Acerca de su idea debe decirse lo siguiente: descubrir cómo es el alma sería cosa de una investigación en todos los sentidos y totalmente divina, además de larga; pero decir a qué es semejante puede ser el objeto de una investigación humana y más breve; procedamos, por consiguiente, así. Es, pues, semejante el alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos; los de los demás están mezclados. En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de caballos; después, de los caballos, el uno es hermoso, bueno y constituido de elementos de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios y es él mismo contrario. En consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.
Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse "mortal" e "inmortal". Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado, y recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras otra. Y así, cuando es perfecta y alada, vuela por las alturas y administra todo el mundo; en cambio, la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido donde se establece tomando un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo a causa de la fuerza de aquella, y este todo, alma y cuerpo unidos, se llama ser viviente y tiene el sobrenombre de mortal. En cuanto al inmortal, no hay ningún razonamiento que nos permita explicarlo racionalmente; pero, no habiéndola visto ni comprendido de un modo suficiente, nos forjamos de la divinidad una idea representándonosla como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo naturalmente unidos por toda la eternidad. Esto, sin embargo, que sea y se exponga como agrade a la divinidad. Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue.
La fuerza del ala consiste, naturalmente, en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose por donde habita la raza de los dioses, y así es, en cierto modo, de todo lo relacionado con el cuerpo, lo que en más grado participa de lo divino. Ahora bien: lo divino es hermoso, sabio, bueno, y todo lo que es de esta índole; esto es, pues, lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo, y todas las demás cosas contrarias a aquellas, las consume y las hace perecer. Pues bien: el gran jefe del cielo, Zeus, dirigiendo su carro alado, marcha el primero, ordenándolo todo y cuidándolo. Le sigue un ejército de dioses y demonios ordenado en once divisiones pues Hestia queda en la casa de los dioses, sola. Todos los demás clasificados en el número de los doce y considerados como dioses directores van al frente de la fila que a cada uno ha sido asignada. Son muchos en verdad, y beatíficos, los espectáculos que ofrecen las rutas del interior del cielo que la raza de los bienaventurados recorre llevando a cabo cada uno su propia misión, y los sigue el que persevera en el querer y en el poder, pues la Envidia está fuera del coro de los dioses. Ahora bien, siempre que van al banquete y al festín, marchan hacia las regiones escarpadas que conducen a la cima de la bóveda del cielo. Por allí, los carros de los dioses, bien equilibrados y dóciles a las riendas, marchan fácilmente, pero los otros con dificultad, pues el caballo que tiene mala constitución es pesado e inclina hacia la tierra y fatiga al auriga que no lo ha alimentado convenientemente. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y contemplan lo que está al otro lado del cielo.
A este lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo cantará jamás como merece, pero es algo como esto -ya que se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio. En esta giro, tiene ante su vista a la misma justicia, tiene antes su vista a la sensatez, tiene ante su vista a la ciencia, y no aquella a la que le es propio la génesis, ni la que, de algún modo, es otra al ser en otro -en eso otro que nosotros llamamos entes-, sino esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Y habiendo visto, de la misma manera, todos los otros seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del cielo, y vuelve a su casa. Una vez que ha llegado, el auriga detiene los caballos ante el pesebre, le echa pienso y ambrosía, y los abreva con néctar.
Tal es pues la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece, levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero, soliviantada por los caballos, apenas si alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos, se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser unas más que otras. Confusión, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se les parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tiene que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo la opinión por alimento. El porqué de todo este empeño por divisar dónde está la llanura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre. Así es, pues, el precepto de Adrastea. Cualquier alma, que, en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero cuando, por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra"
Fedro, 246 d 3- 248 d

Mito de la caverna

El libro VII de la República comienza con la exposición del conocido mito de la caverna, que utiliza Platón como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento, según la teoría explicada al final del libro VI.

El mito de la caverna

I - Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.

Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.

- Ya lo veo-dijo.

- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.

- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!

- Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?

- ¿Cómo--dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?

- ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

- ¿Qué otra cosa van a ver?

- Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?

- Forzosamente.

- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?

- No, ¡por Zeus!- dijo.

- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.

- Es enteramente forzoso-dijo.

- Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?

- Mucho más-dijo.

II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?

- Así es -dijo.

- Y si se lo llevaran de allí a la fuerza--dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?

- No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.

- Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.

- ¿Cómo no?

- Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones de mirar y contemplar.

- Necesariamente -dijo.

- Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.

- Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.

- ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?

- Efectivamente.

- Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?

- Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.

- Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?

- Ciertamente -dijo.

- Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.

- Claro que sí -dijo.

III. -Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.

- También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.

Según la versión de J.M. Pabón y M. Fernández Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1981 (3ª edición)