¿Qué es la filosofía?

Capítulo 1 del libro: Filosofía para filósofos de Gabriel Zanotti

Son innumerables los intentos de contestación a esta pregunta, escritos en todo tipo de introducciones y libros de historia de la filosofía.
Ahora bien, a pesar de esos intentos, la filosofía sigue estando alejada de nuestras vidas.
Y, en cierto sentido, no es raro que sea así.
Porque la filosofía ha sido considerada, en nuestra tradición occidental, una “ciencia”. Dejemos por un momento la pregunta sobre la ciencia. Simplemente recordemos que Kant distinguió, con toda claridad, la filosofía como algo que tiene que ver con la vida, de la filosofía como actividad académica. Allí la filosofía tiene una serie de temas, de terminologías, de cuestiones difíciles, de autores, de bibliografías, de problemas específicos. Y cualquiera que no se dedique a la filosofía como actividad académica tiene todo el derecho a preguntarse: “¿y qué tiene que ver todo eso con MI vida?”. Y yo, filósofo, le voy a decir, tal vez para su asombro: muy poco.
Los filósofos, sin embargo, nos damos mucha importancia, lo cual ha contribuido a alejarnos de la vida de los demás. Cual semi-sacerdotes de una especie de religión racional y secularizada, nos consideramos casi por encima del mundo. Damos solemnes clases de cosas dificilísimas, leemos y estudiamos ininteligibles libros más indescifrables que los más intrincados jeroglíficos mayas o egipcios. Los que no son “profesores de filosofía”, nos conceden, también, casi la misma importancia. Ahí viene un “filósofo”. Ah..... Y todo se detiene en un áurea de solemne respeto frente a ese individuo que parece dominar los secretos de la existencia que fueron vedados al resto de los pobres mortales, esa pobre gente que sencillamente vive: que se dedica a los negocios, a la política, que cuida su familia y sus propiedades. Esas cosas “no filosóficas....”.
Mi intento en esta primera clase es presentarles una visión donde la vida y la filosofía están esencialmente unidas. Que los filósofos que creen estar fuera de la vida son ellos la “pobre gente” y que la gente que vive (vamos a ver después por qué lo subrayé) son los filósofos. Corriendo el riesgo de que se me considere egocéntrico, y corriendo el terrible riesgo de que se piense que lo que sigue es un “ejemplo a seguir” (veremos después que NO), voy a hablarles de mi vida.
Tenía unos 12 años cuando una vez, esperando un ómnibus que me llevaba a mi clase de inglés, me hice une peculiar pregunta. En realidad, se podría decir que era la primera vez que me preguntaba algo.
Me vi a mí mismo desde arriba, espacialmente hablando. Me pregunté cómo se vería desde “un avión” el lugar donde yo estaba parado. Luego me pregunté cómo se vería el avión desde un lugar más alto. Recordando la astronomía que me gustaba por el tema de los viajes espaciales (unos 3 años antes había sido el primer descenso en la Luna) me ví a mí mismo desde el espacio, como habitante de un pequeño planeta. Sin tener conciencia de ello, comencé a contemplarme desde un paradigma newtoniano. El planeta era parte de un sistema solar; éste, de una galaxia, y ésta, parte de un espacio infinito...... Por ende, ¿en qué lugar estaba yo? ¿Dónde estaba? Me ví repentinamente abrumado por una inmensidad ante la cual uno casi desaparecía. La pregunta pasó de ser física a metafísica: ¿qué hacía yo, esperando un medio de transporte, en medio del espacio infinito? ¿Por qué estaba allí? Por Fe, me dije entonces algo que sigo creyendo: ¡porque Dios lo había decidido! Pero, claro, podría haber decidido otra cosa. Me ví parte de un espacio infinito y a su vez parte de un designio infinito. Y me seguí sintiendo muy pequeño frente a eso.
El “ataque” de filosofía pareció haber cedido en su intensidad y, un año después, estaba preocupado por otros problemas. Uno, qué hacer frente a un sistema secundario autoritario, habiendo ya sobrevivido a una primaria especialista en matar las pocas neuronas que tenemos en funcionamiento. Otro tema que me preocupaba, y me sigue preocupando, era el de la pobreza. En la Argentina del 73, igual que en la de ahora, no era nada difícil ver directamente focos de pobreza. Le pregunté a mi padre cómo se podría solucionar eso. Nada más ni nada menos.
Mi padre, un liberal ortegiano, jamás había hablado de política conmigo sencillamente porque no quería molestarme. Se asombró ante la pregunta y me comenzó a explicar sencillamente la diferencia entre nuestras naciones y los Estados Unidos. El tema me pareció impactante.
Seguí preguntando sobre economía y mi padre juzgó que era tiempo que me derivara a un amigo suyo, Enrique Loncán. Mi padre ignoraba que su amigo había estudiado con Ludwig von Mises –el brillante economista austriaco- en 1964.
Comencé entonces a leer todo lo básico e introductorio para la escuela austríaca de economía. En la Argentina de entonces, igual que la de ahora, todo era, por otra parte, una terrible corroboración de todo lo que leía. Se cumplían todas y cada una de las consecuencias que los austríacos establecían para todas y cada una de las medidas estatistas.
Aparte de este encuentro de lo teorético con “la práctica”, comenzó a sucederme algo curioso. Mis amigos y conocidos que veían que me gustaba la economía me hablaban de cifras, de estadísticas, de lo que sucedía en tal país o en otro. Yo les decía que nada de eso me interesaba, sino lo que “siempre” sucede. Y les hablaba entonces de lo escribían Rothbard, Benegas Lynch, Hazlitt, Curtiss, etc. Y que un señor que se llamaba Mises decía que la economía está en la acción humana. Y todos me preguntaban qué tenía que ver todo eso con la economía.
A los 16 años tuve filosofía, como materia, en la escuela. Dios, que para entonces era a quien rezaba, pasó a tener otra forma de meditación. ¿Se puede demostrar que Dios existe? Leí un libro que decía que un teólogo había logrado demostrar que Dios existe. Que todo lo que se mueve se mueve por otro y que por ende existe Dios. El tema no me dejaba dormir. Mi hermano Pablo estaba entonces en 1er año de la universidad y había recibido en casa la visita de una compañera de estudios. Y, aunque no lo puedan creer, fui a donde estaban y les pregunté: ¿me podrían explicar qué es lo contingente?
Pero Mises decía que Dios no se puede demostrar. Y que eso salía de la praxeología, y que la praxeología era necesaria para la economía. Si Mises tenía razón, y si yo quería ser coherente, yo tenía que optar entre ir a Misa o estudiar economía.
Para Mises el intervencionismo estaba mal. Pero, ¿había algún modo de saber qué era bueno o malo, “objetivamente”? Mises lo relacionaba con la cooperación social. El señor del motor inmóvil, y que todo lo que se mueve se mueve por otro, con Dios. ¿Quién tenía razón?
Estos temas no eran ajenos a mi vida. Había descubierto dos cosas. Una, que toda la economía que yo había estado estudiando era una economía filosóficamente encarada. Que lo que a mí me fascinaba (como a Mises) eran las cuestiones universales y sus causas últimas. Otra cosa, que si yo quería tener mis propias decisiones y pensamientos, mi propia vida, en suma, tenía que solucionar el tema de Dios o no, el problema del origen último de la existencia humana. Tardé en descubrir que esos temas ocuparían todos los días de mi existencia. Que no eran una pregunta cuya solución se estudiaba en un libro y se pasaba a otro tema.
Así, a los 19 años, decidí estudiar la carrera de filosofía.
Pero no había relación. Yo podría haber estudiado otra cosa. De hecho, a los 18 años había intentado comenzar a estudiar medicina.
De lo que yo había tomado conciencia es que yo tenía dos opciones: vivir o ser vivido .
“Ser vivido” es dejarse llevar por una infinita corriente de circunstancias fuera de nuestro control. Es no preguntarnos nunca quiénes somos ni por qué hacemos lo que hacemos. Porque todos nos hemos hecho las mismas preguntas: Dios, el bien, el mal, qué somos en medio de todo. Yo sencillamente les conté cómo me las hice yo, en medio, además, de una literatura que para casi todos ustedes se ha convertido en una profesión. Yo hice de una profesión estudiar y enseñar a los filósofos, como un modo específico de filosofar, pero no el único ni el mejor. Porque toda persona que se toma en serio esas preguntas (sea cual fuere la respuesta que les de) es filósofa. Esto es: vive. De lo contrario, “es vivido”. Se deja llevar por la rapidez de una existencia por la cual nunca se preguntó. Hace esto o lo otro, toma tal o cual decisión, pero no sabe por qué. Mejor dicho: no se ha preguntado, con honestidad, por qué. A esa existencia, a esa existencia sin preguntas, le falta peso y madurez .
Ser filósofo es tomarse en serio nuestra propia humanidad. Ser filósofos es ser humanos con seriedad (lo cual no excluye el buen humor!!). Es tomarse en serio lo más radical de nosotros mismos: tener conciencia de nuestra existencia y la radical capacidad para preguntarse por ella. Algunos hacemos de ello, además, una actividad académica, esto es, estudiar y enseñar los libros que al respecto se han escrito. Y escribir los propios. Pero ello es sólo un medio para lo primero: tomarse la vida en serio. Si se convierte en un fín en sí mismo, ya para mera diversión, o para vanidad (esto es lo peor), pierde todo su sentido y se transforma en lo que habitualmente es: un castillo de naipes de fórmulas pomposas y aburridas , propias de personas que se han envanecido en sus tecnicismos y se han olvidado de sí mismos y de su prójimo.